Las imágenes de devastación en la Comunidad Valenciana, con casas anegadas y calles convertidas en ríos, han impulsado una ola de solidaridad en toda España. La sociedad civil, movida por la tragedia, ha respondido con fuerza: toneladas de productos de primera necesidad, alimentos y artículos de uso cotidiano se han recolectado en todo el país para aliviar la situación en los municipios afectados. Además, movimientos populares y grupos de jóvenes se han movilizado, algunos bajo el lema «Solo el pueblo salva al pueblo», dispuestos a ir directamente a Valencia para ayudar en las labores de rescate y recuperación. Sin embargo, a medida que esta solidaridad toma forma, surgen también cuestiones importantes: ¿está preparada la administración para gestionar y distribuir toda esta ayuda? ¿Y es realmente beneficioso que tantas personas no capacitadas se desplacen a la zona de desastre?
Falta de logística y un excedente de ayuda
La experiencia en anteriores catástrofes naturales, tanto en España como en otros lugares, muestra que la logística puede convertirse en el talón de Aquiles de cualquier operación de rescate. Tras el terremoto de Lorca en 2011, las organizaciones de ayuda se encontraron con un problema similar: toneladas de productos donados llegaban a los puntos de acopio, pero faltaban los medios y la planificación necesaria para distribuirlos de manera eficiente entre los damnificados. Algo parecido ocurre ahora en Valencia, donde la capacidad de almacenamiento y la infraestructura para repartir los bienes escasean, creando un cuello de botella que impide que la ayuda llegue con la rapidez que la situación demanda.
«En situaciones de emergencia, los recursos son tan importantes como la planificación para distribuirlos», apuntaba un informe de la Agencia Española de Cooperación Internacional tras las inundaciones en Málaga en 1989. Entonces, como ahora, la buena voluntad de la ciudadanía chocaba con la falta de una infraestructura adecuada para canalizarla. En Valencia, la saturación de alimentos y otros productos de primera necesidad corre el riesgo de quedarse sin una vía efectiva de distribución, mientras que los afectados siguen esperando ayuda urgente.
El papel del voluntariado no especializado: ¿ayuda o entorpecimiento?
La presencia de voluntarios no entrenados en la zona de desastre plantea otra reflexión importante. Aunque muchos de estos ciudadanos llegan con la mejor de las intenciones, los expertos en rescate y emergencias suelen coincidir en que, sin una preparación adecuada, la ayuda ofrecida puede ser, en algunos casos, más perjudicial que beneficiosa. Durante el terremoto de Nepal en 2015, cientos de voluntarios llegaron desde diferentes partes del mundo, pero la falta de experiencia y de coordinación con las autoridades locales generó problemas de comunicación, y, en algunos casos, ralentizó los esfuerzos de rescate.
En el caso de la DANA en Valencia, las autoridades han desplegado a más de 1.700 bomberos y 7.800 efectivos militares especializados en rescates y operaciones de emergencia. Estos profesionales cuentan con el equipo y la formación necesarios para manejar situaciones complejas, mientras que las personas no capacitadas pueden exponerse a riesgos innecesarios y obstaculizar el trabajo de los equipos que operan bajo protocolos de seguridad. “No se trata de voluntad, sino de capacidad técnica”, dijo el especialista en rescates internacionales Pedro Guirado tras los incendios de Grecia en 2018, cuando la afluencia masiva de voluntarios acabó provocando problemas logísticos y de control.
El poder de la organización frente a la movilización espontánea
El lema “Solo el pueblo salva al pueblo” remite a una tradición de lucha social, pero es interesante notar cómo este eslogan ha sido utilizado en diferentes contextos políticos y sociales, algunas veces por grupos de izquierda y otras por la ultraderecha. En esta ocasión, el lema moviliza a colectivos jóvenes que desean ayudar, pero sin una coordinación clara, la ayuda puede ser ineficaz. Tal como sucedió tras el paso del huracán Katrina en Estados Unidos, donde las ONG y voluntarios encontraron dificultades para trabajar junto a los cuerpos de emergencia, el trabajo en estas situaciones complejas requiere una estrategia coordinada y liderada por profesionales.
Desde la tragedia de la DANA, una reflexión surge inevitable: ¿acaso la mejor manera de ayudar en una catástrofe no debería ser a través de la capacitación previa o mediante el apoyo a instituciones ya establecidas? Iniciativas como la Cruz Roja o Protección Civil canalizan la ayuda de manera que el voluntariado no capacitado no interfiera en las labores críticas. Además, el voluntariado masivo podría ser una oportunidad para que la administración pública promueva una mayor formación en labores de rescate y primeros auxilios, creando una red de apoyo con ciudadanos preparados que puedan colaborar de manera efectiva en futuras emergencias.
¿Solidaridad sostenible? Una oportunidad para mejorar la organización
Este suceso deja al descubierto la necesidad de una infraestructura y una logística de emergencia que puedan gestionar de manera óptima la ayuda, canalizando la solidaridad espontánea hacia una acción coordinada y eficaz. La DANA en Valencia ha dejado claro que España, al igual que otras naciones, necesita revisar sus estrategias de gestión de emergencias y trabajar en políticas de prevención que incluyan a la ciudadanía sin poner en riesgo la seguridad.
El reto, entonces, es convertir esta movilización masiva en una solidaridad sostenible, canalizada a través de una planificación robusta que permita que tanto la ayuda material como el voluntariado sean efectivos y seguros. Porque, al final, la verdadera fuerza del pueblo no radica en la cantidad de manos que acuden al desastre, sino en la calidad de la ayuda que esas manos pueden ofrecer.
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