Me sorprendo al darme cuenta de que estoy pensando en esa noche otra vez. Han pasado semanas, ¿cuántas?, y estoy sentado al borde de una piscina, una de tantas, que he encontrado por casualidad. Verán, por increíble que les parezca me he especializado en esto, conducir durante horas para pasar un rato al lado del agua alejado de casi todo, y no como metáfora, ojo.

Este es un sitio anodino en un esquinazo perdido del mundo en el que estoy rodeado de gente y, como de costumbre, no hablo con nadie ni levanto la cabeza de los libros. Ni tan siquiera me inmuto cuando un idiota que se cree una estrella del porno hace una broma gruesa con cargo a mi cuenta (mi físico, mi aspecto, mi camiseta de Estrogenuinas, lo que sea que moleste a este zoquete). Un don nadie rodeado de un trillón de don nadies que afianza su poderío de macho alfa a mi consta.

Menuda novedad. Ponte a la cola amigo, que da dos vueltas a la manzana.

Yo ignoro las miradas, mientras ando abducido por Ian Rankin, ¿por qué? ni idea, y estoy manoseando cuatro o cinco volúmenes del hombre. John Rebus manda, un día les hablaré aquí de mis obsesiones para con este hombre y, la verdad, lo que diga nadie me la trae al fresco. Algunas veces he pensado en mi predisposición a leer novela negra en el verano. Nunca he logrado entenderlo. Además de esos tengo una (mediocre, para que engañarnos) biografía de Parálisis Permanente al alcance de la mano por si acaso me da la morriña. Mientras ocurre todo el lio refugio mis pensamientos en las cosas que me interesan: el nuevo disco de La Dispute, anime en cantidad industrial, Kritter en las ferias, el nuevo tomo de las aventuras de Charlie Parker, cine de verano y, por supuesto, en la avalancha de concis que nos esperan en unos días. Y si, claro. El festival.

Tranquilos, ya lo dije en estas columnas el año pasado, no me suicidaré haciendo una crónica de mi criatura, pero si es cierto que no consigo dejar de rememorarlo casi a diario.

De camino al tema me enchufo de nuevo en las sensaciones que me ha dejado meterme en el disco, no se habla de otra cosa oigan, de la bandaza de Amy Taylor que me parece uno de los grandes lanzamientos del año. Pincho “Starfire 500” por enésima vez y le doy volumen. Amyl the Sniffers han grabado uno de los discos del nuevo Punk sin duda alguna, y este verano he decidido quemarlo hasta que sangre. Horripilante manía, añado. El peligro de aborrecer el álbum es mortal, pero lo hago constantemente.

El Festival, si.

Me impactan a ratos flashes de aquella noche, y lo veo desde arriba.

La dispersión que me atrapa cuando no estoy con la agenda llena, me refiero a que las salas paran y la acción se traslada a los festis y todo se ralentiza, es dura de llevar. Hace unos años alguien me dijo que mi problema es que no consigo desenchufarme bien del asunto, ni idea de que significará la sentencia, pero no nos vamos a engañar: tampoco me importa mucho. Pero si es cierto que lo echo de menos. Ni el refugiarme en Jerry Springfield como antes, por favor busquen su cita con el gran Eddie Murphy en el programa que hace en Netflix, me funciona.

A todo esto me escriben para preguntarme por highlights veraniegos como Maynard J. Keenan y J. Bieber, el fichaje de Don Patricio por una major, o el terrible y bochornoso lio de los tipos de Barón Rojo entre otros. Me tiro un buen rato contestando y ni tan siquiera estoy seguro que alguien al otro lado esté interesado en procesar toda la info con la que, como de costumbre, apabullo en plan listillo.

El festival, diablos.

Tres mil setecientas sesenta personas y la emoción de una noche que jamás olvidaremos los que hacemos ese enorme berenjenal que es Tres Acordes Fest. Gracias de todo corazón.

Baste con eso.

 

 

 

 

Paco Jiménez
El Rock n Roll es más grande que la vida

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