Uno en su infinita ignorancia no acierta a entender según qué cosas.
Que con la que nos está cayendo encima a la escena musical (“El sector de la música popular ya ha concretado que el principal perjudicado de esta gravísima crisis es la música en directo”. Esteban Linés, Maricel Chavarria/ La Vanguardia) y a la cultura en general (“La pandemia no es solo un gravísimo problema de salud, sino también un fenómeno cultural de enormes proporciones. Ha modificado de manera radical las formas habituales de vida, las rutinas cotidianas y las relaciones con el entorno”. German Rey/ El Tiempo Colombia), aún haya quien se lo tome a risa, es para echarse a temblar.
La cantidad de gente que depende de todo el entramado, desde los técnicos a los propios artistas, programadores, prensa, etc., y que está haciendo las cosas correctamente dejándose la vida en que todo esto salga de nuevo para adelante, es demasiado grande e importante para obviarla y menospreciarla de una forma tan nauseabunda. No hará falta explicar la zozobra y el malestar por los que están pasando en estos momentos, por no hablar de la absoluta indecisión a la que se enfrentan, nos enfrentamos, con lo que pueda venir en el futuro.
Y miren, no.
No voy a molestarme en nombrar aquí al imbécil numero uno con la botella rociando a la gente, ni al imbécil numero dos gritando fuera mascarillas o lo que diablos dijera. No merecen ni un solo segundo porque ambos quedaron retratados, y muchos de sus compañeros (de Lola Indigo a Hamlet por citar algunos) se han encargado de comentarlo mejor que yo. Pero es cierto que tenemos que asistir, en mi caso personal estupefacto, a como se mira con lupa a la música en directo con un nivel de exigencias sanitarias altísimo (a lo que por supuesto no hay nada que objetar) frente a otras disciplinas, algarabías, quedadas o lo que prefieran sin que a los responsables (¿…?) o lo que sean se les caiga la cara de vergüenza, para que encima tengamos que soportar esto.
Dice Jorge Carrión en el New York Times (5 Julio 2020) que en los últimos meses se ha reducido el espacio cultural en los diarios, y Cristina Guirao en La Voz de Murcia indica que “La desmaterialización de la cultura y la digitalización de sus contenidos está produciendo las mismas consecuencias que el virus, nos confina a las pantallas digitales, y nos hace perder comunidad y músculo social”, y estos son solo ejemplos casi al azar del sentir de lo que la situación con la pandemia ha hecho de la cultura a nivel mundial.
No sabría decirles si esto es lo que nos deparan los tiempos venideros, pero la cruda realidad es que hay que asumir que las cosas han cambiado profundamente. Ciñéndonos a la música dentro de unos pocos días cuando comiencen las temporadas de las salas de conciertos (es oficial que las cifras de perdidas son desoladoras: «Lo que necesitamos básicamente va a ser un rescate»/ Javier Olmedo director de La Noche en Vivo para La Sexta) y después con la llegada de los grandes festivales ( “…el sector calcula que la pandemia provocará unas pérdidas directas de entre 1.000 y 7.000 millones de euros en el resto de los servicios auxiliares hasta diciembre” Iván Romero/CincoDias El País) se verá hasta que punto. Pero a día de hoy, a la espera de lo que pueda acontecer en forma de vacunas o medicamentos, es casi una utopía pensar en volver a las formas que hemos tenido hasta el pasado marzo.
Es por eso la urgencia y la necesidad de apoyar, mimar y cuidar al máximo el inmenso tesoro que es la música en todas sus vertientes y en espacial en directo. Tendremos que adaptarnos a ver a nuestros artistas favoritas de formas distintas, cumpliendo escrupulosamente las medidas sanitarias que, estoy seguro, los responsables van a seguir a rajatabla por el bien de todos, y arrinconando y denunciando los comportamientos que nos puedan privar de ella como los de esos estúpidos que mencionaba antes.
A muchos nos va en ello lo que mas amamos en el mundo.
Comentarios