Veamos.
Un compresor, un ecualizador y un par de micros, mas allá del trabajo de quien está atrás. No reverb y no filtros (hay muchos, pero hoy casi siempre se habla del consabido autotune). Solo las voces en perfecto estado de revista, y el trio, esto es importante y luego volveré a ello, dejándose la piel.
Nada mas.
A donde quiere ir a parar el que suscribe con todo esto, es que lo que se vio en el escenario era la pura y absoluta verdad.
Se podría escribir largo y tendido de cómo cambia todo cuando llega el momento supremo. Hablo, por supuesto, de que una cosa es ser un must en redes, en las escuchas o en los videos, y otra muy distinta es subirse a un escenario a pelear y defender tus canciones. El problema es que ahí arriba se ven todas las carencias sin escudo de ningún tipo. Y básicamente eso fue lo que paso cuando Felinna Vallejo y Laura Bonsai salieron. Bastaron cinco o seis canciones para ver el abismo que las separa de gran parte de la escena por que –este el quid- la devorarían si se pusieran al lado. Conste también que no es flor de este día. Era la quinta vez que podía verlas y siempre desde el principio he sentido lo mismo. En una escena que va a toda velocidad triturando artistas, que pasan en segundos de estar arriba al húmedo y frio sótano y que además está demencialmente superpoblada, la ocasión de trascender y llegar más allá se antoja muy difícil.
No para ellas visto lo visto. Y eso es mucho decir, créanme.
Fue un bolo macizo y redondo comandado por los beats y las bases poderosas que Esse Delgado lanzaba, que maravilla amigos ver a alguien tras la mesa que no intenta ser el califa en lugar del califa, con un trabajo intachable y que ocupa siempre un discreto segundo plano avalado solo con lo que hace (el trio que les mencionaba), y las voces que nos mandaban barras que ya, a eso voy con lo de antes, a poco que la amen forman parte del imaginario de la música, fíjense que no he dicho solo Rap, patria.
El paso adelante en su carrera que ha sido la salida de “Bitches in Business” se vio cuando llevaron esas canciones a las tablas, desde “las Meninas” al principio a la traslación imponente de “The Wabe” para echar el cierre, llenado la sala de diferentes capas mas allá del Rap puro de la vieja escuela que practican. Solo por ver “Salsa2” ya mereció la pena, pero también la perfecta sincronía de las uniones de “Jumanji” y “Nasty Girl” o “Perdón de Dios” y “Cine de Barrio”, la llegada de un “Kids” que nos apabulló o las paradas en los primeros tiempos con “Tomoe Gozen” o “L.N.D.C.” que hicieron con aplomo en la forma de dos voces distintas pero absolutamente complementarias, al cantar o al escribirlas, y con el suficiente espacio para ambas.
Entre medias reivindicaron el papel de la mujer como trabajadora y como artista si, pero sobre todo como persona en un ámbito, me refiero a la escena musical, que está tan podrido que duele (es insano y terrorífico pensar en que hay en el camino que va de pongamos M. Manson a P.Daddy) y no hará falta que cite aquí la noticia que ha removido los cimientos del Rap patrio esta semana, por que el asco y el horror se superponen con solo evocarla.
A todo esto la taquilla respondió inexplicablemente fría, pero eso no importó en lo mas mínimo ni arriba del escenario ni abajo. La única conclusión posible fue la suerte que tuvimos de haber podido ver uno de los pases mas importantes del estilo ahora mismo.
Grandes si, y mucho tienen que torcerse las cosas para que dentro de unos años no lo sean aun mas.
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