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En el marco de la COP25 (Cumbre del Clima de la ONU) en la que Visto de Otro Lado está realizando una cobertura especial, nos topamos con una propuesta que declara un impuesto global al carbono uniforme: defendiendo la relación entre lo económico y lo ecológico, y confiando en que el comportamiento económico implicará un comportamiento ecológico. La teoría augura que todo el mundo tendría su lugar a la hora de proteger al planeta. Incluso aquellos a quienes el problema global no les preocupa.

¿Cómo se procedería con el impuesto recaudado?


James E. Hansen, director de la NASA Goddard Institute for Space Studies e importantes economistas del Fondo Monetario Internacional están de acuerdo de que el instrumento más eficaz es valorar las emisiones del dióxido de carbono y fijar un impuesto al carbono en combustibles fósiles (carbón, petroléo, gas natural) directamente desde la extracción.

El Dr. Svoboda, de acuerdo con el Dr. Hansen y el informe más reciente del FMI (FISCAL MONITOR, OCT 2019), propone que el impuesto se divida entre todos los países según el número de habitantes y con una recomendación de que lo mejor es dividir el impuesto entre todos los habitantes equitativamente o de manera igualmente beneficiosa para la sociedad.

Algunos Estados ya tienen un impuesto al carbono de alguna manera, y muchos otros ya lo están valorando. Según el autor de esta teoría económica/medioambiental, es una buena noticia, pero sin embargo conlleva grandes complicaciones, sobre todo en la exportación e importación. Dichas complicaciones se evitarían en el supuesto de que el impuesto a la extracción del carbono fósil fuera determinado de manera global, tal como proponen William D. Nordhaus (economista galardonado con un premio Nobel) y Jiri Svoboda.

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Posibles consecuencias


Según el precursor, Jiri Svoboda, el impuesto global al carbono uniforme traería ventajas para todos, y lo explica de la siguiente manera:

Los países en vías de desarrollo apreciarán el flujo de medios (dividendo) que les ayudará mejorar su situación social y les permitirá invertir en tecnologías bajas en carbono. Es probable que de esta manera los países en vías de desarrollo detengan su uso de carbono combustible.

Los países desarrollados y las personas ricas probablemente recibirán con agrado la dimensión ética del impuesto al carbono que temporalmente se implantará en su estilo de vida con altas emisiones de CO2. Al mismo tiempo, gracias al desarrollo de las tecnologías bajas en carbono, puede que no pierdan su nivel de vida tampoco con el nuevo estilo de vida basado en las bajas emisiones de carbono. Los Estados con impuesto al carbono nacional, al revocarlo tendrán menos complicaciones a la hora de compensar la huella de carbono de las mercancías importadas y exportadas.

Los partidos de derecha apreciarán la simplicidad, las reglas sistemáticas y la eficiencia de esta herramienta de mercado, mientras que los partidos de izquierda podrán subrayar los aspectos sociales: disminución de las diferencias sociales y menor presión a la migración. Los partidos verdes agradecerán los efectos directos del impuesto al carbono al comportamiento de todos y la descarbonización global de la economía. Los escépticos del clima podrán apreciar que ya no hace falta invertir en subsidios poco efectivos destinados a la protección climática, y que las tecnologías apropiadas no van destinadas a los políticos ni las ideologías, sino a un mercado justo sin subsidios. La ONU puede proponer el Impuesto al Carbono y el 100% del Dividendo como un mecanismo supuestamente eficiente para la protección climática, debatir sobre ello con los especialistas, propugnarlo con los políticos eminentes en la COP 26 en Glasgow (2020) y ganar así el respeto global.

Jorge Vicente
Especializado en comunicación y diseño, Jorge escribe sobre tecnología, cultura y música.

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