No podía empezar de otra manera.
Sonaban etéreos los versos de Miguel Hernández, que elección mas soberbia: “Llueve. Los ojos se ahondan” del Cancionero y Romancero de Ausencias, y el sitio enmudecía esperando el concierto mas importante de la carrera de Kike M.
Hay a lo largo de la historia de la música muchos ejemplos, de Sigur Rós a Metallica pasando por Portishead, Sober o nuestros Baden Bah, de la cohabitación de artistas de géneros mas modernos con orquestas, con mas o menos fortuna, que suscitan en muchos casos tantos recelos y desconfianzas, como cierto entusiasmo ciego en otros, casi a partes iguales . De ahí la importancia capital de que quien lleve a cabo el titánico esfuerzo de adaptar las canciones al formato sinfónico, haga un trabajo intachable por que esa será la clave mas importante para entender un concierto tan especial. Y se cumplió con creces.
Con todo eso en mente me enchufo a uno de los pases mas esperados de las ultimas semanas que, por supuesto, no defraudó, reuniendo una entrada espectacular en un recinto no olvidemos esto, que da vértigo solo mirar lo grande que es y con el trasfondo del marcado carácter benéfico de la noche además, consiguiendo reunir a varias generaciones hermanadas. La salida de “Cantares de Arcilla” el ultimo disco del protagonista ha puesto encima de la mesa para el que suscribe, la consecución ya de un sello personal de un artista que ha conseguido en esas canciones unir cosas del Folk mas tradicional con el casi inabarcable universo del Singer/Songwriter de cuño mas moderno. aunando elementos del Indie o el Pop/Rock.
Con una escenografía sobria y cálida apoyada en las luces sin ningún tipo de estridencias, y con su grupo ocupando la parte delantera del escenario, Andrés Cemillan al bajo Gabriel Vidanauta a la batería Daniel Pastor a la guitarra y el inmenso Manu Clavijo al violín, dejando un espacio para el director musical y magno protagonista a la par que el grupo Pablo Cabero y para Sandra Zamora Zarzamora ejerciendo de lujosa segunda voz y multinstrumentista al lado del protagonista, con la orquesta y el coro cuando salió detrás, navegó por un setlist macizo con todo el nuevo disco, esto me llamó la atención ,excepto “Un Plan” encima de las tablas, y con tres paradas en el material mas añejo –solo recurrió a “Antipersonal” su disco anterior, nada de mas atrás- que resultaron perfectas, y no desmerecieron, a eso iba con lo de el sello personal, con la nueva vida que les ha insuflado la adaptación para este concierto.
Desde que todo se puso en marcha con “Cantos Bordados” (el detalle de los bordados serranos colgados, fue precioso) se vislumbró el acertado trabajo de los arreglos de las canciones, fue clarísimo en “Malas Hierbas” y en el remozado de la mas oscura “Mr. Hyde”, y de como la presencia de la orquesta lo amplificaba para bien, todo. La mayor preocupación de un servidor, en que estado estaría la voz del protagonista, se tornó ociosa, y se diluyó apenas empezó a cantar. Emanaba, esto es curioso por la seriedad de lo que había detrás, frescura en las traslaciones de las canciones (“Café con Aguacate” me hizo pensar en Kurt Vile), y mucha alegría de vivir. Los detalles de esa primera parte, la dedicatoria a su familia pero sobre todo a su madre en “Cigüeñas” o el trabajo increíble de Sandra Zamora apoyando y apuntalando la mayoría de los temas, nos llegaron al interludio en el que usó el del álbum, con el peregrino Simón Vela de protagonista y el escenario a oscuras.
El segundo acto del bolo fue crema, amigos.
La salida del Coro Meraki para hacer acapella una inmensa revisión de “los Hijos del Miedo”, el sonido aplastante de la adaptación preciosa de “Ojos de Dragón”, la exquisitez de “La Cara de la Muerte” con Clavijo en maestro, y el preludio del final que significaron “Destellos” y “Huella” con la presentación de la banda y la explicación del año de trabajo que ha supuesto hacer algo así. El encore me noquea con Pastor y su guitarra soft de muchos quilates milimetrada y precisa que junto a S.Zamora y el protagonista, hacen una sentida “Ausencia Presente”. Echan el cierre con un “Trance” atronador en el que el publico si se metió de lleno (parto de la base que un servidor odia la estúpida disciplina del asiento para ver conciertos, pero es que obviando eso fue demasiado civilizado, con apenas unas palmas o algún estribillo suelto coreado en contados momentos cuando deberíamos habernos levantado todos, y cantar a pulmón mientras bailábamos) superando la seriedad que habían mostrado.
Inolvidable, si. Pero no es que esperáramos otra cosa.
Fue espectacular , nos quedamos con la sensación de que nos faltó concierto .