La Semana Santa no solo se contempla. Se escucha. Se siente. Y en esa emoción que nos atraviesa al paso de un cortejo, hay algo que a menudo damos por hecho, sin pararnos a pensarlo: la música.
Las bandas no son un simple acompañamiento decorativo. Son el pulso que da vida al silencio, el lenguaje que une la fe con la emoción, la razón por la que un paso cobra movimiento y sentido. Sin ellas, la Semana Santa se quedaría muda, incompleta, desprovista de alma.
Pocas veces reparamos en lo que supone para una banda llegar a esos días de primavera donde la emoción se desborda por las calles. En el caso de la Banda de Música Tomás Bretón, su calendario en Salamanca, Zamora, Toro y Ledesma es la culminación de meses de esfuerzo callado, de ensayos cuando la ciudad duerme, de lunes robados al descanso, de partituras aprendidas a conciencia, de instrumentos que se afinan con la misma precisión con la que se afina el corazón.
Cada componente de la banda se convierte en parte de algo mayor que sí mismo. Y lo hace no por dinero ni por reconocimiento público, sino por compromiso, por amor a la música, por devoción a una tradición que se transmite más por el oído que por la vista.
Y, sin embargo, no siempre reciben el respeto que merecen. A veces hay quien habla, grita, se cruza, quien no comprende que ahí, delante, están personas que han entregado su tiempo y su cuerpo para hacer que ese momento sea perfecto. La música de Semana Santa no se improvisa: se trabaja, se siente, se estudia y se sufre. Por eso, pedir respeto no es exigir, es simplemente recordar que detrás de cada marcha hay horas de vida entregadas.
Concienciar sobre esto es fundamental. Porque cada vez que suena “La Madrugá”, “Mater Mea” o cualquier marcha compuesta con el alma, alguien ha tenido que sacrificarse para que tú puedas emocionarte. No lo olvidemos.
Así que esta Semana Santa, cuando te envuelva el sonido de una banda como la Tomás Bretón, no pienses solo en la música. Piensa en quien la hace posible. Y respétala. Escúchala. Siéntela. Porque quizás lo más sagrado que pasa por nuestras calles… no va sobre los hombros, sino que vibra en el aire.
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