Ordenar los cajones de nuestra habitación, colocar los calcetines, separar las camisetas de manga corta de las de manga larga, guardar la ropa de invierno (aunque aquí en Salamanca no la guardamos muy lejos…) son habilidades rutinarias que todos aprendemos con el tiempo y la experiencia que buscan mantener un cierto orden para facilitarnos encontrar la vestimenta propicia para cada ocasión.
Y ese orden se basa en distinguir cada tipo de ropa en base a características comunes de cada prenda: ¿es un pantalón corto o uno largo?, ¿el par de calcetines encaja o no?
Os estaréis preguntando por qué estoy diciendo todo esto de ordenar la ropa… pues muy sencillo. Imaginemos por un instante que se nos asigna la tarea de colocar a todos los seres de la Tierra en grupos. Evidentemente hoy sabemos que existen plantas, animales, hongos, bacterias, arqueobacterias (merecen un artículo propio, lo sé) y virus (sí, los virus también, aunque ya tenéis un artículo donde se debate si son realmente seres «vivos» o no…)
Claro, esos grupos los conocemos porque personas de hace siglos marcaron las directrices para distinguir y agrupar a los individuos… pero antes de ellas, ¿cómo sabían si un individuo era de verdad una planta y no un animal?, ¿siempre se han hecho tales distinciones?
Aquí, en VDOL, vamos a abrir uno de los cajones (ya entenderéis por qué) más interesantes de la ciencia: ¡la taxonomía!
NOTA PARA EL LECTOR: Este artículo se escribe desde el punto de vista histórico para permitir la asimilación y el seguimiento de la evolución de los sistemas de clasificación para los seres vivos. He intentado ser lo más concreto posible sin perder de vista toda la información necesaria, por lo que el lector puede seguir cómo se estudiaban los diferentes grupos en cada período histórico.
Los orígenes de la clasificación: Aristóteles y Teofrasto
Permitidme que dedique unos minutos a comentar brevemente cómo nacieron las primeras clasificaciones de los seres vivos.
Desde la Antigüedad, el ser humano siempre se ha hecho preguntas sobre cuál es el material que hacía a un ser «vivo». Alrededor del siglo IV a.C., Aristóteles pensó dar con una respuesta: el alma era ese principio vital.
[Sin entrar mucho en el terreno filosófico, Platón creía que el alma era inmortal y eterna, mientras que Aristóteles consideraba que el alma dejaba de existir cuando el individuo moría]
En su libro De anima, Aristóteles distinguía entre tres tipos de almas:
- Alma vegetativa: en las plantas es la responsable de su crecimiento, nutrición y reproducción…
…pero los animales y los seres humanos también podemos crecer, alimentarnos y reproducirnos, luego también tenemos esta alma vegetativa.
- Alma sensitiva: para el filósofo, una planta no puede sentir, mientras que en los animales existen las sensaciones – » y la más primitiva es el tacto», el movimiento, y el placer o dolor.
Los seres humanos también podemos sentir, movernos y tener deseos, por lo que al igual que los animales, nosotros disponemos también de este segundo tipo de alma.
- Alma racional: exclusiva de los humanos, nos da la capacidad de poder pensar y razonar.
[Os dejo por aquí un vídeo donde podéis repasar de forma amena estos conceptos]
Por tanto, ya desde el siglo IV a.C. se diferenciaban los animales de las plantas. Los humanos eran todavía concebidos como un grupo independiente.
Además, otra gran contribución de Aristóteles fue dividir a los animales en dos categorías: Enaima (sangre roja) y anaima (sin sangre roja) [clasificación que podría entenderse en la actualidad como animales vertebrados e invertebrados]; y también distinguió entre plantas con flores y sin flores.
Un discípulo suyo, Teofrasto, estudió la anatomía y estructura de las plantas, y formuló la que se conoce a día de hoy como la primera clasificación en árboles, arbustos e hierbas. Asimismo, distinguía entre hierbas acuáticas o terrestres y árboles caducifolios o perennifolios. La relevancia de Teofrasto fue tan grande para la ciencia que incluso Linneo (a quien veremos después) lo consideró como el «padre de la Botánica».
Por último, antes de abandonar el período clásico me gustaría mencionar a Dioscórides, médico griego al servicio de Roma que en su obra De materia medica, consiguió reunir las propiedades farmacológicas de muchas plantas que fueron incluso descritas detalladamente por él mismo. También usó el término «τὰ βοτανικά» [botan- βοτάνη gr. ‘hierba’] como adjetivo en plural para referirse a «las cosas de las hierbas».
La época medieval: Al-Andalus y San Alberto Magno
La Edad Media supone una etapa críptica para el saber científico. Para las creencias medievales todo estaba ya escrito en los libros, por lo que no se podía descubrir nada nuevo. Solamente algunas personalidades durante el período andalusí (como el cirujano árabe Albucasis o el judío Maimónides) se preocuparon por seguir estudiando y clasificando a las plantas y animales.
Se tuvo que esperar hasta la Baja Edad Media para que se redescubrieran los textos clásicos. Aquí jugó un papel fundamental Teodoro de Gaza como traductor y San Alberto Magno, quien en su compedio de 7 libros sobre las plantas (De vegetabilis et plantis libri septem) distingue por primera vez las plantas «sin hojas» de las plantas «con hojas».
El Renacimiento científico
Los siglos XV y XVI fueron una auténtica revolución en el pensamiento: se pasó de una teoría teocentrista a una en la que el hombre pasaba a ser el centro de todo. Además, el redescubrimiento de los conocimientos clásicos (especial mención para el traductor y doctor segoviano Andrés Laguna), la invención de la imprenta y la llegada a América, supusieron nuevos estudios sobre el hombre y el resto de seres que habitaban el planeta.
Se crearon los primeros jardines botánicos (en Pisa en 1544, Padua en 1545, Valencia en 1567…), surgen trabajos como el de Andrea Cesalpino donde se proponían aclaraciones sobre nuevos grupos de plantas como las Fagáceas y las Compuestas o también, ¡se trataba a los corales como animales!
Cabe destacar a un grupo de botánicos denominados «los herbalistas o herboristas» (Brunfels, Hieronymus Tragus, Leonhart Fuchs…) quienes buscaban entender las propiedades medicinales de algunas plantas que recogían y describían en unos textos llamados «herbarios». Se les considera a los tres nombrados los padres de la farmacognosia: ciencia que estudia las drogas y los principios activos de origen natural.
El siglo XVII pre-linneano
Los lectores seguro que os habéis percatado de que entre toda esta historia resumida he mencionado un detalle bastante relevante al que no le he dado apenas importancia: los exploradores traían ejemplares de animales y plantas del nuevo continente. Esto hacía necesario la existencia de un sistema de clasificación para poder distinguir a estos nuevos individuos.
El botánico inglés John Ray inventó un método (Methodus plantarum nova) para diferenciar las plantas atendiendo a la estructura de su semilla.
Por ejemplo, un clavel estaba descrito como: dianthus floribus solitariis, squamis calycinis subovatis brevissimis, carollis crenatis.
Obviamente, este sistema además de necesitar una memoria prodigiosa para recordar todos esos adjetivos, se basaba en descripciones de la planta atendiendo a su morfología… ¿y si dos ejemplares son muy similares?
El francés Joseph Pitton de Tournefort publica casi a la vez que Ray un trabajo en el que propone ordenar en función de las diferencias observadas en las flores… ¿y para aquellas que no tienen flores?
Estas clasificaciones (o «sistemas sexuales») suponían un problema serio, ya que ordenar a todas las plantas por estos métodos resultaba un tanto artificial y poco realista…
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