Hace unos años le pedí a los fotógrafos de mi equipo, los ínclitos Víctor Iglesias e Irene De Anta, que grabaran el suelo del patio del DA2 justo cuando acabara nuestro festival para añadirlo al after-movie del evento. No sabría decirles si fue un capricho o una ocurrencia del momento, y tampoco es necesario que les explique la imagen. Lo que se ve es el titulo de un E.P. muy viejo de The Dogs D´ Amour, “Un Cementerio de Botellas Vacías”, y podría servir perfectamente para ilustrar el estado actual de la escena musical.
En el año 2019 la música en vivo una de las partes mas perjudicadas por la pandemia generó solo en suelo patrio, agárrense, mas de 300 millones de euros y las cuentas que la industria se hacía hace unos meses eran que podría perder mas de 1200 millones (Fuente: Expansión, 28 octubre 2020) en España y mas de 7000 a nivel global.
Escalofriante es poco.
Y si miramos otros sectores de la escena (Editoriales, Merchandising, Patrocinios etc) la sangría aumenta a velocidad vertiginosa. Y permítanme que incida especialmente en el terrorífico impacto que ha tenido a nivel de todo el entramado de personal sin cuyo trabajo nada sería posible (producción, técnicos, tramoyistas, sonido, luces etc.), con tragedias brutales a nivel familiar y personal, y que han visto como la esperada ayuda y reacción de quien tendría que llevar el timón de la situación, no llegaba o directamente era un insulto y una tomadura de pelo.
Ah amigos, los dirigentes.
Los expertos que deberían saber lo que el mundo de la música, y de las artes en general, está pasando ahora mismo, y quienes deberían ser conscientes de que el inmenso y valiosísimo patrimonio cultural es algo innato al hombre y que hay que cuidarlo y salvaguardarlo al máximo, parecen estar mirando a otro lado mientras arrecia la tormenta. Y ni que decir tiene, eso por descontado, que ahora lo más importante es la apuesta sanitaria y el bienestar de las personas, pero se echa de menos que alguien en la gestión del asunto parezca al menos saber tras de lo que anda.
No creo que nadie del negocio, ni de ninguna parte, fuera capaz de pronosticar en qué momento del año pasado empezó todo, que se llegaría a estos extremos. Y me disculparán el pesimismo, Coachella y Glastonbury ya han dado el paso, pero en mi modestísima opinión este año también será out para todos. Dentro de unos días si la cosa no cambia mucho asistiremos a un aluvión de cancelaciones de los grandes, porque nadie en su sano juicio puede pretender programar eventos gigantescos tal y como está la cosa. Y además, no les hablaré aquí de Raphael o El Drogas, no creo a mi modo de ver que sea ético, aunque cumplan las restricciones a rajatabla, juntar a miles de personas mientras la lucha contra la enfermedad no da tregua.
Un servidor para lo que viene apuesta por los conciertos pequeños y el formato íntimo porque creo que va a ser lo único que se pueda hacer. Bolos minimalistas con todas las medidas sanitarias (entradas online y nominales, asientos numerados, gel y mascarillas obligatorias, accesos independientes etc.) con poco personal en sitios cerrados, y un poco más al aire libre. Por que, no lo olviden, hay que convencer a un buen montón de gente que tiene, lógicos por otra parte, reparos o miedo, que la cultura es segura y que se está trabajando duro para que asistir a conciertos, visitar museos o ir a una obra de teatro sean actividades con plena confianza.
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