Me concentro en la cara de Tom Cody (el personaje de Michael Paré en “Streets on Fire”, la peli de Walter Hill) mientras mira a Ellen Aim ( Diane Lane simplemente maravillosa) en el escenario y toda la tristeza del mundo, por lo que va a dejar atrás por lo que va a perder por que es lo que hay que hacer, se refleja en su rostro.
El otro día entrevistando a no se quien, recordé esa escena.
Y no por que de repente me haya entrado una fiebre por los 80´s. Simplemente pensé que ya había llegado el momento de hablar de los tipos de una vez y de mi propia tristeza al hacerlo. Me vi con esa cara reflejada, mirando la plaza en el Bowery en uno de mis primeros viajes a la ciudad, tratando de asumir que los había perdido para siempre.
Así que, que diablos, vamos allá…
Camino con la cabeza agachada desde hace muchos años concentrado en mis discos o libros (he desarrollado una técnica, mas o menos salvadora, para leer andando sin caerme mucho) y casi nunca levanto la vista, por razones obvias, a no ser que vaya hablando con alguien. Pero nunca deja de chocarme cuando lo hago encontrarme de vez en cuando, mucho en realidad, con una prenda o lo que sea con su nombre. Nada que objetar con la mercadotecnia. Ain´t not my cup of tea pero cada uno a lo suyo por que, no se equivoquen, de quien sea el nombre ha dado su permiso.
Pero es cierto que el shock de verse de repente con montones de fans (¿…?) de los de Queens que (ay amigos, esto es lo duro) dudo mucho que ni tan siquiera sepan que hicieron, o peor aún quienes fueron, es cuanto menos inquietante.
No recuerdo, por supuesto, cuando me metí en la banda.
Supongo que debía tener nueve o diez años. Llegaron a mi vida de rebote, creo, y ya nunca me dejaron. Por el camino unos cuantos bolos la mayoría mediocres no nos vamos a engañar, uno en concreto me viene a la memoria mientras escribo: rodeado de fans de U2 en un estadio de futbol que se cae a pedazos (y si no me creen tengo una palabra para ustedes: aluminosis) mientras estos ignoran a los del escenario y yo grito el nombre del cantante, muchos discos (y glupssss, cintas), y una leyenda que simplemente nunca acabó de crecer y hacerse mas grande.
Eran un grupo malo me decía una “entendida” del negocio en algún momento de los años posteriores a su final, y un tipo que conocí se separó de su pareja por su dependencia del grupo. Yo me conformaba con idolatrarlos y controlar mi adicción a comprar cosas, de muchos grupos y entre ellos estos tíos, en forma de golosinas disqueras o lo que fuera. Ni que decir tiene que me parto de risa cuando cualquier “catedrático” de nuestros asuntos (de los suyos, no de los míos claro) diserta sobre lo mal o bien que tocaban. O cuando veo cómo viste, vestimos, cualquiera del negocio hoy (¿de veras hace falta que aclare esto?). No se trata de pasar cuentas pero si que les debemos mucho. Ya entenderán por que lo de mi cabeza baja.
Es curioso cómo han seguido conmigo todos estos años, en los que he ido dejando peso muerto en forma de bandas o artistas, pero ellos nunca se han despegado de mis muchas, y la mayoría, estúpidas vidas. Y aún hoy, tantos años después, no sabría decirles cual es mi canción favorita (“Bonzo Goes To Bitburg”), ni mi fotografía suya favorita (cualquiera de George Dubose), ni mi libro favorito sobre ellos (“De Gira con…Monte A. Melnick, pero me valen la mayoría), ni mi disco favorito (“Rocket to Russia”), ni mi critico favorito que haya escrito sobre ellos (Jaime Gonzalo, sin duda), ni por supuesto mi favorito de ellos (Joey y Dee Dee).
No tengo ninguna camiseta de los Ramones ni probablemente la voy a tener, pero algo se rompió dentro de mi cuando llegó el final.
Hace una par de años delante de Marky en Ledesma di gracias a los dioses, o lo que sean, del RNRoll por haber podido seguir vivo para estar delante de uno de aquellos tipos.
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