“El insulto” es una película libanesa dirigida en 2017 por el director libanés, Ziad Doueiri (1963), conocido por su trabajo “West Beirut” (1998). Ha trabajado como ayudante de dirección de personalidades como Quentin Tarantino en diversas de sus producciones. Actualmente, se mueve a través de producciones en su país.
La historia que nos cuenta es tan libérrima que se cuenta en pocas líneas. Trata sobre Toni Hanna (interpretado por el actor Adel Karam), un cristiano libanés, que riega accidentalmente las plantas de su balcón y derrama sobre la cabeza de Yasser Abdellah (interpretado por Kamel El Basha, ganador de la Copa Volpi a la mejor interpretación masculina en la 74ª edición de la Mostra de Venecia de 2017), capataz de una obra palestino. Éste le recrimina el estado del canalón y le recuerda que no es legal tal como lo tiene instalado ya que no cumple con la normativa vigente. El capataz, como es una persona que no puede ver imperfecciones urbanísticas, sin avisar a Toni Hanna se encarga de restaurarlo él mismo. Toni, enfurecido, lo vuelve a quitar, cosa que Yasser le responde con un insulto. Y este es el comienzo de una historia que es tan sencilla argumentalmente pero que, en su desarrollo, se sumarán implicaciones históricas, política y religiosas. A través de esta situación, que parece fácilmente solucionable en otros lugares del mundo, abrirá una brecha de unas heridas no cerradas entre los palestinos y cristianos libaneses.
El cineasta parte de una mínima acción para crear una parábola político-social y hablar de las divisiones políticas y religiosas de El Líbano. La puesta en escena es sencilla sin artificios, empleando diversas técnicas como el empleo de la cámara en mano para dar un aire de documental a la historia ficticia que el director está narrando. De unos hechos narrativos de ficción se abre una puerta al documental recordando la situación del país y de sus ciudadanos. Sin desvelar más del argumento, la película retrotrae a la situación de El Líbano y de los conflictos armados desde mediados de los años 70.
Sí que es cierto que no se cuenta nada nuevo y puede que el director no añada nada ni estético ni en cuanto a argumento, pero sí hay solvencia narrativa en general y hay pocos momentos muertos, aunque sí los hay, pero eso es una “enfermedad” del cine actual como cuando se utilizaba de forma discriminada y sin apoyo estético el zoom en los años 70. La película está bien estructurada y, sobre todo, los actores son solventes. Hay que recordar que el actor Kamel El Basha, de probada experiencia teatral desde hace tres décadas, es el primer actor palestino en ser reconocido en unos premios internacionales, en este caso el Festival de Venecia.
En resumen, el cine oriental, ya sea iraní, hindú, palestino o de otro país, es en general, un rico menú frente a los yermos atractivos del cine en general, sobre todo del occidental. Aunque el director Ziad Doueiri no posea las cualidades de grandes cineastas como Abbas Kiarostami o Jafar Panahi, realiza un trabajo sincero, coherente, y sin grandes pretensiones, de forma objetiva y directa sin artificios.
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